
La leyenda de Terra-cota, el gnomo mini seta de sombrero morado
Rodrigo Candela VivasEn lo más profundo del bosque, donde la humedad cubre los troncos y las luciérnagas encienden la oscuridad como pequeñas estrellas, nació un ser diminuto que cambiaría la forma de mirar lo cotidiano. Su nombre es Terra-cota, el gnomo mini seta de sombrero morado. Su origen se remonta a una noche de otoño en la que la tierra roja recibió la semilla de una seta especial. No era una semilla cualquiera, sino un fragmento de luz desprendido de una estrella fugaz que cayó entre raíces profundas. Cuando la lluvia bañó aquella tierra arcillosa, la magia germinó y de allí surgió Terra-cota: pequeño, curioso y con un sombrero que brillaba como amatista bajo la luna.
A diferencia de otros gnomos más grandes y solemnes, Terra-cota comprendía que el poder se encontraba en los detalles. Era él quien velaba para que el musgo creciera mullido, que el rocío se posara con suavidad sobre cada hoja y que los grillos entonaran su canto nocturno sin perder el compás. Su risa, ligera como un tintineo, era suficiente para iluminar los claros más oscuros del bosque. Los habitantes lo buscaban no por su fuerza, sino por su habilidad para recordarles la grandeza de lo pequeño: una gota de agua que guarda un arcoíris, una flor escondida bajo la hierba o el silencio compartido bajo las estrellas.
Su hogar era una diminuta maceta de barro cocido, decorada con líquenes y pequeñas piedras que parecían joyas. Desde allí contemplaba el mundo con calma, convencido de que cada instante encierra un milagro. A menudo, al caer la tarde, se le podía ver sentado en el borde de la maceta, balanceando los pies mientras el viento le traía historias que guardaba con cuidado.
Adoptar a Terra-cota no significa añadir una figura más a la colección, sino aceptar una invitación a redescubrir la belleza de lo cotidiano. El aroma del pan recién hecho, el sonido de la lluvia en la ventana, la calidez de un rayo de sol en la piel. Terra-cota enseña a quien lo acoge que lo extraordinario se encuentra en los gestos más simples, en los detalles que, a menudo, pasamos por alto.
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