Terra-Cota

En lo más profundo de los claros húmedos, donde las luciérnagas encienden la noche como diminutas estrellas, nació Terra-cota. No era un gnomo alto ni solemne, sino pequeño como una flor de trébol y ágil como el agua que corre entre raíces. Lo que lo hacía único era el sombrero que llevaba: una seta morada, brillante como amatista bajo la luna.

Su nacimiento fue un susurro de la tierra. Cuentan que una semilla de hongo cayó sobre una grieta cubierta de barro rojo, y al mezclarse con la primera lluvia de otoño, despertó la chispa de la vida. De esa unión surgió Terra-cota, con su piel cálida y su sombrero que cambiaba de tono según la luz del día.

Aunque diminuto, Terra-cota es guardián de los detalles invisibles. Es él quien cuida que los musgos crezcan mullidos, que las gotas de rocío se posen suavemente en los pétalos y que los grillos entonen su canto sin perder el compás. Sus manos pequeñas trabajan incansables en silencio, y su risa, leve como un tintineo, es capaz de espantar cualquier sombra.

Los demás gnomos lo respetan porque, pese a su tamaño, sabe encontrar belleza en lo mínimo. Aseguran que quien lo adopta descubre tesoros cotidianos: la calma de una tarde lluviosa, el aroma del café recién hecho o la magia escondida en una simple hoja seca.

Su hogar es una diminuta maceta de barro cocido, adornada con piedras y líquenes. Desde allí, Terra-cota contempla el mundo, convencido de que lo esencial no se mide en grandeza, sino en los destellos de alegría que se ocultan en lo pequeño.

Adoptar a Terra-cota es invitar a tu vida la ternura de lo diminuto y la magia silenciosa que transforma lo cotidiano en extraordinario.